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Foto del escritorVirginia Magi

Potreros


Aquellos que saben de este tema, y que supieron triunfar en lo suyo, te repiten – una y otra vez – que los potreros son escuelas. Una escuela sin maestro.


Escuchar o leer que el potrero es valioso. Que es una parte fundamental en el crecimiento del juego y del jugador, termina siendo una caricia al corazón. Porque en algún punto, esas palabras, refuerzan ese lazo que une al fútbol con el potrero. Hace unos días, leí un texto que publico Nicolás Burdisso. Y el último párrafo, hizo mención justamente a eso. Escribió: “que la táctica, la preparación atlética y mental estén al servicio de la técnica. Eso que tiene Lionel y tenía Diego, que seguirá surgiendo en nuestros potreros, y que tan huérfanos hemos dejado”.


Qué párrafo tan certero, ¿no?


Lionel, es Messi. Y Diego es Maradona. Ellos, de pibes, jugaban en el potrero más cercano a su casa. Jugaban y disfrutaban. Sonreían. Soñaban.


En el potrero se encuentra la verdadera esencia del fútbol. Un fútbol real y puro. En donde divertirse y ser feliz, no es negocio. En donde los valores renacen en cada pase. Y donde el respeto se gana con el tiempo. El potrero es ese lugar donde rebelarte e improvisar, está permitido. Y donde jugar con alegría, es obligatorio. El potrero es ese lugar en donde nacen las gambetas, los caños, los tacos…


En los pueblos hay potreros por todos lados. Potreros que se conocen más como campitos, que potreros. En realidad, la gente se acostumbró a llamarlos así. Y que en definitiva, decir campito o potrero, es referirse a lo mismo. Un lugar lleno de magia.


Era común, antes, pasar por esos campitos y ver a grupos de pibes jugar o mirar mientras esperaban su turno. El tiempo cambio. Somos conscientes de que el tiempo cambio. Y eso duele. Duele, porque entendemos, que cada vez hay menos potreros o campitos siendo escenarios del fulbito de la tarde - noche. Porque tememos que aquel lugar que nos hace feliz, se vaya apagando. Me pasa, que cuando paso por esos potreros y los veo vacíos, me da nostalgia. Me entristece. Me trae recuerdos.


Ir al potrero era – y sigue siendo – el mejor plan que tenían los pibes. No importa si eran pocos, muchos, más chicos o más grandes. En el potrero todos son iguales, menos el “distinto”, claro, aquel que se destaca por su técnica. Que por suerte, en los potreros, hay muchos “distintos”.


El potrero es ese lugar que te permite soñar. Y que te hace entender, que a veces, eso que uno soñó en aquel espacio mientras jugaba a la pelota, no se da por falta de suerte y no por falta de habilidad o de futuro.


El potrero es infancia.


Ojala, que así como Lionel y Diego se atrevieron a soñar con una pelota en sus pies aquellas tardes de potrero, haya chicos que también se atrevan y sueñen.


Ojala, que los potreros, sigan siendo testigo de la alegría de esos niños que aman jugar a la pelota.


Virginia Magi

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