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Foto del escritorVirginia Magi

La consagración


Julian Broglia

Julián, el sobrino de Atilio, solía venir bastante seguido a la cancha a ver a Federación. Era el equipo del que era hincha su tío. Y también, el equipo del que era hincha él. Atilio, sin dudas, fue el gran responsable de que Julián comience a sentir amor por estos colores.


Julián, cada vez que venía al pueblo, iba a la cancha. No existía para él, un mejor plan que ir a la cancha a ver a Federación.


Julián, siempre le preguntaba a Atilio sobre Julián, el arquero del equipo ranero. Hasta le llego a confesar a su tío, que muchas veces pensó en probar como arquero en las prácticas por admiración a Julián, su tocayo.


Ese lunes previo al partido de vuelta por cuartos de final, Julián, tuvo un sueño. Por las noches se despertaba y decía, “dale que vos podes”. El estaba convencido de que aquel sueño que había tenido, algo le quería decir. No sabía hasta ese entonces porque decía lo que decía al despertar. Porque soñaba lo que soñaba. Solo sabía, que esas imágenes – medias borrosas y fragmentadas – debían ser unidas para descifrar, de una buena vez, que era lo que le quería decir ese sueño. Un sueño en donde era de noche, había una cancha, un arquero y un jugador a once metros del arquero local.


Julián le solía decir a su tío que lo único que le faltaba a Julián, su tocayo y arquero de la “rana”, era atajar una pelota decisiva. En un momento clave. Pero a lo que se refería el sobrino de Atilio con “una pelota decisiva” era ni más ni menos que atajar un penal. El sobrino de Atilio siempre decía que si Julián, atajaba un penal en un partido decisivo, se consagraba como el mejor arquero del campeonato. Ya nada más le faltaba. Nada más importaba. Y eso que Julián de pelotas decisivas sabía bastante.


Julián, el sobrino de Atilio, no decía eso porque pensaba que Julián, su tocayo, no atajaba pelotas claves. Al contrario. Había tenido muchas pelotas decisivas en la temporada, y siempre mostro seguridad para resolver de la mejor manera la situación. Pero el sentía, bien adentro, que si su tocayo atajaba una pelota decisiva (penal), en el partido que se aproximaba, se iba a consagrar. Porque estaba seguro, de que si eso sucedía, Federación le iba a ganar al karma de cuartos de final. Y lo que era lejano hasta ese entonces, ahora estaría a la vuelta de la esquina.


Era viernes por la noche y Federación recibía por la vuelta de cuartos de final a Alianza. Esa noche estaba un poco fresco. Un poco, nada más. El Norman Montechiari, se volvió azul y blanco. Los hinchas caminaban por el predio demostrando nerviosismo e ilusión. Una ilusión que les decía que si se podía.


Y ahí estaba Julián, junto a su tío Atilio, con su camiseta de Federación, alentando a la rana. Al igual que el resto de los hinchas.


El partido comenzó. Los minutos corrían y Federación se puso en ventaja. 1 a 0, y con ese resultado clasificaba. Al tiempo, gol de Alianza. Ahí, la cosa ya se ponía más difícil a pesar de que con ese resultado, por contar con ventaja deportiva, seguía pasando la “rana”.


Restaban unos pocos minutos para que el partido se termine. El volante rival avanza, se mete en el área, y el árbitro marca penal… Julián, automáticamente lo mira a su tío. Y en ese mismo momento que cruza miradas con Atilio, recuerda el sueño. Aquel sueño en donde era de noche, había una cancha, un arquero y un jugador a once metros del arquero local. Y logra descifrarlo. Al fin, logra entender que era lo que las imágenes medias borrosas y fragmentadas del sueño le querían mostrar. Se trataba de la jugada decisiva de la que él tanto hablo, espero, imagino.


El árbitro señalando el punto de penal fue un balde de agua fría. El corazón de todo hincha ranero se paralizo. “Otra vez lo mismo, no, por favor” era lo que salía de la boca de toda la gente que se encontraba en el Norman Montechiari aquella fresca noche de viernes.


Ahí estaba Julián, de este lado, mirándolo fijo a Julián, su tocayo, quien estaba del lado de adentro. En ese instante, las imágenes se volvieron nítidas y en una milésima de segundos se unieron como un rompecabezas. Las piezas encajaban a la perfección. Lo que había soñado Julián, era la jugada que consagraría al otro Julián. El mensaje era claro, al menos así lo sentía el sobrino de Atilio.


Dentro de la cancha el delantero rival acomoda la pelota. Julián, se ubica bajo los tres palos. Seguro de sí mismo. Confiado, de que esta vez, no iba a pasar lo mismo de siempre. Del lado de afuera, estaba el hincha. Y en frente, el hincha rival. Julián, se quedo quieto – contra el tejido, delante de la tribuna –, es ahí donde se solía ubicar con su tío Atilio. A su alrededor, cada cual lo vivía a su modo; algunos caminaban, otros se ponían de espalda a la jugada, otros se agachaban mientras llevaban sus manos a la cabeza, otros se apoyaban contra alguna planta que encontraban por el predio, y otros, como es el caso de Julián, se quedaron mirando fijo el punto de penal.


Julián, de repente, se encontró en su sueño. Cuando el árbitro dio la orden, desde su boca salió un, “dale que vos podes”. Un poco de tierra se levanto en el momento en el que el jugador rival impacta la pelota. No sé cómo, no hay una explicación, pero la pelota termino yéndose por arriba del travesaño. Julián, se había consagrado. Y después de aquella noche, todo lo que sucedió con Federación, fue historia.


Virginia Magi

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