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Foto del escritorVirginia Magi

Fútbol en noches de luna llena

Actualizado: 17 feb 2021




Cada madrugada camino hacia el trabajo pasaba por delante de una cancha que, a simple vista, parecía abandonada. Llevaba ya varios años trabajando en el bar de Tito, y de todos esos años, en cada una de esas madrugadas me urgía la necesidad de detenerme y contemplar aquella cancha vacía.

Siempre me considere una persona enamorada del fútbol y de las noches de luna llena. Mi abuelo solía decir, al terminar unas de sus tantas historias que me contaba antes de dormir, que en las noches de luna llena algo mágico sucedía. Recuerdo que yo asentía emocionado. En aquel entonces era pequeño y cada palabra, cada historia, cada cuento que el abuelo me regalaba antes de cerrar mis ojos, me maravillaban. Ya de grande pude darme cuenta que a raíz de sus palabras, las noches de luna llena eran, al igual que lo eran para él, mis noches favoritas.


- Que lastima que esa cancha este abandonada, Tito.


- Ya te dijeron los muchachos, la cancha no está abandonada. Es cuestión de saber esperar.


¿Esperar que? ¿Qué era lo que debíamos esperar? Según los muchachos del barrio que tenían una extensa andanza en noches de cafés y whisky, aquella cancha que a mi entender estaba abandonada y de la cual me lamentaba que así lo estuviese, en noches de luna llena regalaba una función magistral.

- Cuando la luna aparece, el equipo sale a la cancha. Y en noches de luna llena, el diez da comienzo a su función estelar.


No entendía mucho. O quizás, como creía que lo que ellos me contaban (y aseguraban) era un poco alocado y con demasiada fantasía encima, optaba por no entender. La realidad era que los muchachos del barrio, quienes concurrían sin faltar un solo día a sus rondas de café matutino, tenían su versión acerca de lo que ocurría en aquella cancha las noches de luna llena. Cada uno de ellos tenía su historia. Las versiones de lo que sucedía se multiplicaban. Y cada una de las historias, por más o menos detalle que le agregaban al relato, tenían el mismo final. Todos, en las mañanas de café, y a raíz de mi lamento constante por esa cancha vacía que quedaba solo a una cuadra del bar de Tito, aseguraban que no estaba abandonada.


Del trabajo salía pasado el mediodía. El bar de Tito era un bar de cafés, había alguna que otra cosita para picar, si, pero no era un comedor. El bar estaba ubicado en una de las esquinas más transitadas, era un buen lugar para decidir abrir un comedor o una parrilla si Tito así lo quisiese, hasta su sobrino en más de una ocasión le aconsejo hacerlo, pero Tito no quería. Él prefería el bar y las rondas de cafés, que en definitiva eran, para él y para el resto de los muchachos, la esencia del barrio. Y lo que más quería Tito era mantener viva aquella esencia. En el camino de regreso me frenaba frente a la cancha y pensaba en cada una de esas historias. Intentaba imaginarlas. Me preguntaba si en verdad era como los muchachos y Tito decían. Si en verdad había un partido de fútbol en noches de luna y que tan cierto era aquello de que en noches de luna llena el diez daba comienzo a su función estelar.


- Suenan convencidos los muchachos, tal vez sea cierto. Quien te dice…


Pensar en voz alta se había vuelto común en mí en este último tiempo. Las historias que me contaban los muchachos en el bar, aquella cancha vacía, la seguridad de Tito y ese “es cuestión de saber esperar…”, me habían quitado el sueño. Antes de dormir me acostumbro a leer un poco, considero que me desconecta de lo diario y me relaja. Pero desde hace ya unos meses lo único que hago es pensar en el supuesto partido y la función del diez. Encima en el bar se refieren al diez como el gran diez, que además de regalar gol y gambeta, se auto regalaba las sonrisas de sus aficionados. Porque según los muchachos el diez te sacaba una sonrisa aunque el mundo se estuviera cayendo a pedazos.


Lograba conciliar el sueño cuando en mi mente me imaginaba la última función de Diego con la 10 en la espalda. Era tan real, que cada día al despertar no sabía si había sido solo un sueño o si esa función había existido en alguna parte. Al pasar por la cancha vacía, la miraba, sonría y seguía camino hacia el trabajo. Mis madrugadas ya no eran de lamento como lo eran las madrugadas de hace un tiempo atrás.


- Hace unos días que te noto sonriente al llegar. Ya tampoco mencionas la cancha abandona y mucho menos lamentas de que – según vos – así lo estuviese. ¿Qué te anda pasando, pibe?


- Nada Tito, no me pasa nada, simplemente que hace unos meses que vengo soñando que asistía a la última función de Diego con la diez en la espalda y al pasar por esa cancha lo único que puedo hacer es imaginarme que él está ahí. Jugando. Es como si tuviese la mente en blanco y de repente se me vengan mil jugadas a la cabeza…


Tito sonrió.

- Voy a preparar dos cafés.


Los domingos a la mañana en el bar son los mejores días, simplemente porque se respira fútbol.


- Lo de siempre, pibe. Y súmale dos medialunas. ¿Quién va a reemplazar al central hoy? ¿Se sabe?


- ¿Dulce o salada?


- Una y una. Gracias.


Deje a los muchachos debatir sobre el once titular de la tarde y me fui a preparar los cafés de la mesa. Al regresar, uno de ellos me sonríe, y lo hace de la misma manera que lo hizo Tito hace unos minutos atrás. Apoyo la bandeja sobre la mesa y al darme vuelta escucho…


- Dicen que hoy es noche de luna llena, pibe. Yo que vos, intento. Total, en la vida no se pierde nada con intentar.


Sonreí. Estaba nervioso, como si esto se tratase de una cita con la chica que te gusta. Me pare detrás del mostrador, pensativo.


Era ya de noche. El pueblo estaba tranquilo, como si todos hubiesen decidido irse a dormir temprano. Me prepare una taza de café y me puse a pensar en lo que dijeron los muchachos esta mañana en el bar. Y también en lo que me decía el abuelo antes de cerrar mis ojos. “En noches de luna llena algo mágico sucede”. ¿Será? El tiempo pasaba y de repente escucho como un silbato sonar a lo lejos. ¡Lo que me faltaba!, dije. El reloj marcaba cerca de las once. Me puse una campera y salí a la calle. Me gano la curiosidad.


- ¿Están jugando al fútbol?


Empecé a caminar como si estuviese yendo al bar de Tito. Al llegar a la cancha vi luces. Claramente estaban jugando al fútbol. Y claramente la cancha no estaba abandonada. Al fin y al cabo los había tratado de locos pero los muchachos tenían razón. Les debo unas disculpas que ya otro día con más tiempo se las daré. Mientras tanto me quede contemplando y disfrutando del picadito desde el banco que está en la plaza de enfrente. Aliviado. Confundido.


- ¡Diego!, acá.


Concentre la mirada y lo vi. Ahí estaba con su metro sesenta y cinco, sus botines Puma negros y la diez en la espalda. Gambeteando a todo aquel que se le pusiese enfrente. ¿Esto está pasando?, me preguntaba esperando una voz que me confirme que sí. Que estaba pasando ahora. Me refregué los ojos creyendo que era solo una alucinación, pero no. Era él. Era Diego, regalándome su última función en esta noche de luna llena.


Tito me quería como un hijo, y por esa razón, me conocía como ningún otro. Al ver mi rostro entendió lo que había sucedido. Me sonrió con la ternura con la que se le sonríe a un hijo y al pasar me dijo…


- Viste pibe, al final tu abuelo tenía razón. Y los muchachos también.


Le devolví la sonrisa con lágrimas en los ojos. Estaba seguro que no se trataba de un sueño.





Virginia Magi

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