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Foto del escritorVirginia Magi

Eso que vemos…


A veces pasa, que cuando miramos algo o a alguien, viajamos en el tiempo. Recordamos. A veces pasa, que eso que vemos, hace que no nos olvidemos de dónde es que venimos, de lo que fuimos y de lo que somos. A veces, eso que vemos, nos hace ver que tomamos el camino correcto. O tal vez, no. A veces, ese recuerdo, se convierte en un viaje hacia la infancia donde los sueños pueden volver a renacer.


El cordobés, de chico, se la pasaba todo el tiempo peloteando contra la pared de la casa de su abuela y yendo a la canchita del barrio a jugar un rato a la pelota. Las calles eran de tierra y había varios vidrios rotos por ahí. Al cordobés y a los pibes del barrio no les importaba, nada les iba a impedir que jueguen un picadito, que pateen penales, o tiros libres, nada, porque lo único que le importaba a ellos era jugar y divertirse. Soñar con ser alguien. Imaginar.


Cuando uno es chico, solo basta con que tengas un lugar donde estar. Todo lo otro, se improvisa en el momento. Somos felices con lo que tenemos. Y el cordobés, era feliz con su pelota de cuero marrón clarita.


Esa pelota, era especial. No solo porque al mirarla lo hacía recordar, sino que esa pelota tenía una particularidad que la hacía aún más especial de lo que ya era.


En el barrio, se hacían partiditos, como en cualquier barrio. En esos partidos, jugaban los “grandes”. El cordobés, era más chico, y eso lo hacía jugar menos tiempo que el resto. Sin embargo, los “grandes”, siempre les hacían lugar a los “chicos”. Todos amaban jugar a la pelota. Y ninguno quería impedirle al otro ese rato de felicidad. Él, todas las tardes se acercaba a la canchita para mirar a quienes estaban jugando, para aprender y así poder crecer. Le gustaba verlos jugar. Los admiraba. Y a veces pasa, que cuando somos chicos, siempre tenemos - por el motivo que sea - un modelo a seguir. Y él, los tenía a ellos.


Cada vez que el cordobés mira esa pelota de cuero marrón clarita, recuerda. Se toma el tiempo para recordar y viajar hacia la infancia. El barrio, las calles de tierra, los vidrios rotos, el grito de la abuela, los partiditos y sus ídolos. Aquellos ídolos que un día, después del juego, dejaron sus nombres escritos en la pelota de cuero marrón clarita, para que él, al verla, no se olvide de aquellas tardes que vivían jugando a la pelota.


Por eso, esa pelota, es tan especial para él. Porque como mencione al comienzo, a veces, eso que vemos, hace que no nos olvidemos de dónde es que venimos, de lo que fuimos y de lo que somos…


Virginia Magi

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