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Foto del escritorVirginia Magi

Campeonato de la igualdad

Actualizado: 13 may 2021



“Cada uno es único de su especie

No hay motivo ni razón para que se desprecie”



- ¡Mateo! , vamos al campito esta tarde, ¿venís, no?


- Por supuesto, muchachos.


Mateo ama jugar a la pelota. Ama ir al campito - ubicado en la esquina de las calles Estanislao López y Vélez Sarsfield -. Ama estar con sus amigos, discutir jugadas, hacer algún que otro faul, gritar goles… Ama tanto eso a tal punto que, si algún día no puede ir, siente un vacío enorme. Difícil de explicar. Y mucho menos de llenar.


En los pueblos jugar en el campito es algo normal. Una costumbre diaria. Donde hay una pelota de fútbol, para los más chicos, sin dudas hay un potrero maravilloso. El más maravilloso de todos los tiempos. Quizás eso sea, porque en aquel lugar, cada uno se siente libre de ser quien quiere ser. Juegan a convertirse en el máximo ídolo de los suyos y a su vez, entienden que ahí no existe el “yo”. Si el “nosotros”.


Las tardes de fútbol no se negocian. “El día en que las tardes de fútbol se pongan en discusión, es una muestra de que algo anda mal y nosotros, como buenos amigos, compañeros y rivales, debemos trabajar juntos para lograr que esas tardes, vuelvan a ser indispensables”, suele decir Mateo, quién defiende a muerte aquellos picaditos.

El barrió. El campito. Las tardes de picados. Las discusiones por situaciones puntuales del partido. Los goles... Todo seguía igual de bien como el primer día. No había nada de qué preocuparse. Las tardes seguían siendo indispensables, y eso era un motivo para seguir celebrando.


- Que ignorante es el ser humano a veces, eh.


Interrumpe Mateo, en seco, como si fuese un pensamiento en voz alta.


- ¿Qué?, ¿Qué decís Mateo?


Gian no entendía. El resto de los chicos tampoco.


- Y a este que le pasa ahora, vamos a jugar, dale.


- Disculpen, muchachos. Juguemos, juguemos.


El partido de esa tarde se jugó normal. Sin interrupción. Pero todos conocían a Mateo. No era de esos pibes que decía algo solo por decir, si se expresó de esa manera, había una razón detrás que le provoco tal indignación.


- Mateo ¿Por qué dijiste lo que dijiste?


- No puedo entender Gian, de verdad intento, pero no entiendo como puede ser que exista gente que insulta a otra persona por su color de piel. ¿Qué tenemos en la cabeza? ¿Acaso no se dan cuenta que todos somos seres humanos? ¿Qué todos quieren y tienen el mismo derecho?


Gian dio en la tecla. Bastaba con preguntar para entender la indignación y el enojo de su amigo.


- Creí que cosas así se veían solo en la televisión. Y me enojaba. Así y todo aun me enoja. Ninguno tiene el derecho de negarle la posibilidad al otro de aprender, crecer, divertirse solo por su color de piel, situación, cultura… ninguno.


Mateo estaba enojado aquella tarde. Dolido. Y era entendible. Todo lo que veía (y le enojaba) en televisión esta vez lo toco de cerca. En su pueblo.


Jueves por la tarde.


- Muchachos él es Stephan, amigo de mi primo. Y este acá – lo señala con su brazo derecho – es Luca, un amigo de la familia. ¿Jugamos?


En la canchita aquella tarde estaban jugando unos chicos de un pueblo vecino, ni siquiera eran del pueblo. Mateo solo los conocía de vista, nada más. No sabía sus nombres ni la relación que podían llegar a tener con alguno de los pibes del barrio. Solo sabía una cosa; que siempre que venían, les gustaba molestar por ser (y creerse) superiores en edad y tamaño.


- Jugamos, o que. Suelta el Emi. Entre todos podemos armar un siete contra siete.


El silencio esa tarde se adueñó de toda incomodidad posible. En la vida, hay silencios que son necesarios, y otros, en cambio, que solo hacen daño. Como el de aquel jueves por la tarde.


El amigo del primo de Emi tiene la piel un poco más oscura que él, igual Luca. Ambos eran morenos. Y por ser morenos, al parecer, dado por el silencio de los grupos que estaban en cancha en ese momento, no podían jugar. ¡Como si eso negara el derecho de jugar! ¡Como si tener la piel de un color diferente fuese un pecado!


- Para decir verdad, el silencio me saco las ganas de jugar. Ustedes quédense si quieren. Yo prefiero irme, porque si me quedo tengo que discutir con personas que tienen un déficit importante, lo que me hace pensar que perder mí tiempo con ellos es ponerme a su nivel.


Mateo fue claro. Sincero. Discutir solo lo haría enojar más y aumentaría el dolor y la rabia. Era mejor irse a casa.


Sábado por la tarde.


Día de partido. El teléfono no para de sonar.


- ¿Mateo no vas a atender?


- No mama. Deben ser los chicos, y la verdad, hoy no tengo ganas de ir a jugar.

Mateo esa tarde no fue. Tampoco el Emi. Al parecer, la tarde de fútbol se había puesto en discusión y eso era muestra de que algo andaba mal.


- ¿Y ahora qué hacemos?


- Debemos resolverlos juntos, como equipo.


Mientras los muchachos organizaban el torneo típico de verano en el pueblo y trataban de hacer que las tardes de fútbol vuelvan a ser indispensables, Mateo preparo el mate y fue a la canchita. Extrañaba estar ahí. El enojo en principio había opacado esa sensación de vacío, pero los días, las horas posteriores, hicieron que el sentimiento vuelva a aparecer. Es su lugar, su zona de confort.


- Muchachos, traje el mate, ¿pueden descansar un poco o Paco no se los permite? (risas)


Las conversaciones con mate de por medio suelen perder la noción del tiempo. No así la razón. El mate es un buen método para charlar y desahogarse. Compartir.


- Emi, ¿cómo esta Stephan y Luca?


- Están acostumbrados a este tipo de cosas. Lamentablemente.


- Ojala cambie.


- Ojala.


El racismo es parte de esta vida, por desgracia. Se supone que con el tiempo todo debe ser para mejor, pero al parecer, con este tema, este maldito tema, no. ¿Cómo puede ser que a esta altura, donde todo avanza, nosotros como ser humano retrocedamos? ¿Cómo puede ser eso?


- Saben lo que pasa, muchachos, que algunos solo ven la piel y se olvidan de mirar el corazón. Se piensan, que la vida tiene un solo color de piel. No los entiendo.


Gian, pibe tímido y respetuoso como pocos, de poca habla, deja salir esas palabras de su boca dejando a todos sorprendidos.


- Es triste que se siga hablando de racismo.


El enojo, la rabia, no solo era de Mateo. Paso a ser de todos. El partido del sábado por la tarde, ese sagrado partido, no se jugó. Se pasó para otro día, para cuando se tengan las ganas suficientes de jugar y divertirse.


- Uno puede concientizar, es nuestro deber hacerlo, pero si no cambiamos no nos sirve de nada.


- ¿Cuál es la solución? ¿Dónde creen ustedes que esta la solución?


- Creo que es momento de mirar a los más chicos.


Los días transcurrían y la fecha del torneo estaba cerca. Era una buena oportunidad para hacer que las tardes de fútbol vuelvan a ser indispensables. Para hacer entender que nadie es más o menos que el otro por tener un color diferente.


Stephan y Luca también jugaron. No solo eso, convirtieron y celebraron como Moise Kean ante Cagliari.


Los pibes del barrio hicieron promoción en pueblos vecinos. El torneo no era ningún moco de pavo. Era importante. Y el que ganaba se llevaba un buen premio. No era descabellado pensar que ese, seria un buen escenario para concientizar y terminar con la idiotez de los insultos racistas.


Aquel que se crea diferente al otro tiene prohibido la entrada a este potrero” decía el cartel de promoción. Frase fuerte. Con personalidad.


Los pibes eran pibes. 15 años cada uno. Amigos de la infancia, compañeros de colegio. Convertir el campeonato más esperado de los potreros en un escenario de concientización era un gran desafío. El mensaje a trasmitir era claro, pero los nervios y el temor a que no se interprete de la manera que se quiere jugaban su papel.


- Tranquilos. El pueblo siempre estuvo unido y esta no será la excepción. Todo saldrá bien.


El torneo, para decir verdad, no fue más que un llamado de atención para que todo aquel que se acercase esa tarde, entienda que para poder avanzar como sociedad, el racismo no puede seguir existiendo.


- ¡Muchachos! ¿nos encontramos en el campito? Es que me dieron ganas de jugar.


- Seguro.


Por suerte, después de aquel día, las tardes de fútbol volvieron a ser indispensable. Y todo fue para mejor.




- Ojala, en el mundo pase lo mismo.





Virginia Magi

141 visualizaciones2 comentarios

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2 Comments


Virginia  Magi
Virginia Magi
Feb 19, 2020

Muchas gracias!

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Hugo Elder Barbero
Hugo Elder Barbero
Jan 31, 2020

Felicitaciones..


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