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Foto del escritorVirginia Magi

Admiración.




Me sorprende un poco mucho, la verdad, como a veces, - y esto lo digo por experiencia personal, aunque quizás, a aquel que este del otro lado leyendo le pase lo mismo -, la admiración que sentimos por alguien que está cerca y que no deja de ser alguien común y de pueblo, vuelve muda toda palabra que queremos expresar y que, por ese sentimiento abrumado por una admiración sincera, no podemos. Eso pareciera darse en milésimas de segundos donde difícilmente uno pueda controlar la forma de actuar. O sentir. Una admiración que enmudece y que al mismo tiempo nos limita al silencio, al sonreír por dentro, al escuchar y aprender todo lo que uno pueda de ese instante, aunque se trate de lo más mínimo que sea.


Quizás no a todos le pasa. O quizás, no todos se atreven a mostrar o reconocer aquella admiración por esa persona común y de pueblo que vive en casa, o a un par de cuadras de casa, a un par de kilómetros, en algún pueblo vecino…


¿Vale admirar a alguien que sea de acá, de nuestro fútbol, de nuestra liga, de nuestra zona? ¡por supuesto!


- Mira, ahí está, salúdalo.


Perdí la cuenta de cuantos “mira, ahí está, salúdalo”, me dijeron. Y también, de cuantos silencios le ganaron a ese “dale, voy” que quería salir de adentro. Tenía toda la intención de acercarme, saludar, hablar, ¿Qué mejor que hablar, compartir, aunque sea un ratito nomas, de fútbol con aquella persona que su misma presencia, dentro y fuera del campo, su juego, y todo contexto que rodee ese sentir, admiramos? …

Sostengo que una de las mejores formas de expresar es escribir. Volcar en un papel todo aquello que sentimos. De alguna u otra forma, sea en modo cuento, historia, o de la manera que encontremos, expresar. Vestir aquel sentimiento de palabras que tengan sonidos. Que tengan una razón de ese por qué. O de ese querer.


Hace unos años escribí un texto que tenía como protagonista a Pablo Protti, jugador de la liga y de nuestra zona. El “7” eterno. Ese texto no era más, entre ficción y realidad, que un camino sobre su trayectoria y como aquel sueño se convirtió en gloria. Lo escribí, en cierto modo, porque quería expresar de alguna manera la admiración que tenía sobre él. Y hacia él. Pasó, de aquel año, varios más para que el saludo entre ambos llegase. Un hola tímido. Una mirada llena de admiración. Y un silencio que emanaba respeto.


- “Bueno, acabo de decirle “Hola” a Pablo Protti. Si”.


Acto seguido a esa situación de mi teléfono salió un mensaje con esa frase. Ni una palabra más. Acababa de saludar a quien genera en mí una admiración y un respeto que pocos generan. El mensaje lo envié a mi círculo cercano, sonriendo, emocionada, comprendiendo el contexto, con todo lo que eso significa. Días después, expresaba en palabras la situación, sosteniendo la misma emoción, aun sonriendo, aun sorprendida.


Los sentimientos no siempre se pueden (y saben) controlar. Al menos, no el sentimiento espontaneo, que sale del corazón, que aparece de una manera impulsiva, que paraliza todo, hasta el sonido de la palabra.


Creí, en principio, que estaba exagerando un poco. O que el sentimiento en la admiración era exaltado. Creí. Pero me di cuenta, con el tiempo, que no. Que nada era exaltado ni exagerado. Que la admiración que yo siento por Pablo, otros la sienten por mi viejo. Y que, al hablar de mi viejo, la forma de mirar, la manera de expresarse, y el sonido de la voz, se acerca mucho a lo que me pasa a mí cada vez que me cruzo a aquel que supo llevar la 7 en su espalda.


Ocurre, en muchas oportunidades, casi siempre que se refieren a mi viejo en realidad, que me quedo sorprendida por como el otro habla de él, y sobre él. Y al mismo tiempo, eso me emociona por dentro. Confieso, que de vez en cuando repaso esas secuencias en mi mente y me sigo emocionando. Y me emociono al mismo tiempo que me sorprendo de cómo aquel sentimiento que nace de una admiración sincera, nos enmudece. Nos limita al silencio. A sonreír por dentro. Me emociono y al mismo tiempo me veo reflejada, porque lo que les pasa a ellos, a mí también me pasa, incluso – por supuesto – con (y por) mi viejo.


- Hay miradas que dicen mucho…


A veces nos basta con una mirada para saber lo que el otro siente o para entender el porqué de su silencio. Hay miradas en la vida que dicen mucho más de lo que uno podría decir.


Escribiendo estas líneas que no dejan de ser, creo, un pensamiento en voz alta, me convenzo de que, lo que me sorprende también de la consecuencia de aquella admiración, es que, a día de hoy, después de haberlo cruzado más de una vez, no cambio nada, absolutamente nada, de aquel primer día. Me sigue sorprendiendo un poco mucho, la verdad, que aquella admiración por alguien común y de pueblo siga enmudeciendo las palabras. “Es un tipo como cualquiera”, me dicen. Y si, lo sé. Lo sé más que nadie. Lo mismo digo sobre mi viejo. Pero no se controla. Es tanto el respeto y la admiración que no se controla. Y a su vez, no sé si uno llega a dimensionar en verdad aquel sentir.


- Admirar forma parte de los sentimientos, algunos son más fuertes que otros. La manera de sentirlo, tal vez, tiene que ver con lo que el otro nos genera por dentro. No creo que haya una sola manera de sentir, como así tampoco creo que haya una sola manera de admirar. De una u otra manera, todas son válidas. Cada una con la expresión que (nos) nace del corazón en el instante que suceda.









Virginia Magi

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