Me pregunte durante varios días, ¿Dónde estabas? No tenía respuestas. El resto, tampoco las tenía.
Me pase todos esos días imaginando que estabas en algún lugar, en alguna isla, sin comunicación, intentando mandar una señal de que todo estaba bien.
Nunca nos vimos, Emiliano. Pero estos días, me hicieron sentirte como si te conociera de toda la vida.
En esos días que vos te encontrabas lejos de tu lugar, de tu familia, de tus amigos, lejos de todo y de todos, construí un escudo dentro de mí. Elegí en que creer, para que no duela tanto la incertidumbre. Y estoy segura, que el resto, hizo lo mismo.
Pero ese escudo, comenzó a desarmarse. La incertidumbre empezó a tener respuestas y eso dolía demasiado.
No estoy segura si el escudo que construí no fue lo suficientemente fuerte para sostener eso que decidí creer. O simplemente, el deseo y la fe de volver a verte, por más fuerte que haya sido, no alcanzó para vulnerar al maldito destino.
Nunca nos vimos, Emiliano. Pero supe, que estabas lleno de sueños.
Sueños que la misma vida te presentó, hace tiempo atrás, en Progreso, tu pueblo, y que el propio destino se encargó de arrebatártelos.
El porqué, aun no lo sé. Quizás, el destino, prefirió que la vida no lo golee, mostrando tu sonrisa como bandera de su equipo. Quizás, prefirió, que antes de que cierre el mercado de pases, juegues para él.
El destino, siempre, es un poco egoísta. A veces, demasiado. Y nunca va a detenerse y pensar en el daño que está causando alrededor.
Nunca nos vimos, Emiliano. Pero te cuento que nunca se dejó de buscar. Nunca se dejó de creer en que vos ibas a volver.
En el dolor, hay alivio. Pero eso no quiere decir que en el alivio, desaparezca el dolor.
Todas aquellas preguntas hoy tienen respuestas.
Me queda tu sonrisa grabada en el recuerdo,
Y el corazón me dice que no te olvidaré…
Eterno abrazo al cielo.
Virginia Magi
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