Extrañar es también parte del sentir. Y en la vida nos encontramos sintiendo todo el tiempo.
Es difícil controlar el sentir que nos florece de repente, sin aviso, de una manera pura, sincera. Verdadera. Tal vez, se puede ocultar, solo por un rato, ante la mirada del otro, pero después, en la soledad, o en aquel momento donde nos encontremos nosotros y nadie más que nosotros, nos dejemos llevar por aquel sentir que sin aviso arrebata nuestro corazón y nos humedece los ojos.
Extrañar es también sentir. Y sentir es querer. En la vida nos encontramos sintiendo y queriendo todo el tiempo.
Hace ya un tiempo leí sobre lo extraño de extrañar, y a raíz de lo que leí, escribí. ¿Qué extrañamos cuando extrañamos a alguien? ¿Extrañamos a la persona en sí? ¿Lo que es o fue con nosotros? ¿O será que extrañamos lo que somos, o fuimos, cuando estamos, o estábamos, juntos? ¿Será?
En estos días leí un texto de Ariel Scher que hablaba del abrazo y la promesa del mismo; “prometer abrazos no es igual que compartir esos abrazos, pero también es guiñarles un ojo a las estrellas y firmarle un pacto a la esperanza”.
Extrañar es parte del sentir. El sentir es querer. Y abrazar es una demostración de eso.
Por lo que, creo, que extrañar no deja de ser una promesa de esos abrazos que, desde lo más profundo del corazón, uno quisiera que fueran eternos. Abrazos que nos (re)confortan. Nos (re)construyen. Nos hacen sentir seguros.
Una promesa que, como dice Ariel o el tío de Ariel en su cuento, es un pacto a la esperanza de volvernos a ver. Cada abrazo que damos en la vida, sin darnos cuenta si quiera de eso, es un guiño aquella estrella que un día se convertirá en nuestro mejor escudo.
Extrañar es sentir. Sentir es querer. Y abrazar, la promesa de volvernos a ver. Quizás por eso, la vida nos encuentra, todo el tiempo, haciendo un pacto con las estrellas.
Virginia Magi
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